Sabemos a través de la obra de don Fabián Castaño lo que costó una fundición que se lleva a cabo en 1595: «Gastaron siete carros de leña, cinco carros de barro, trece carros de adobes, trece reales de sebo, dos docenas de huevos a veinticuatro maravedíes la docena, una buena comida a los nueve obreros a base de pan, carne, tocino, una gallina y una lengua de vaca. Todo este banquete costó ocho reales. Y después hubo que ‘enejar’ la campana, es decir, ponerla un eje».
La importancia de las campanas se hace patente en el dicho popular: «Todos los pueblos presumen de tener tres cosas que son las mejores: el agua de la fuente, el sonido de las campanas y el Cura que se marchó».
Para los mayores, no es novedad excesiva recordar el sistema de pesos antiguo, pero sí lo será para las jóvenes generaciones de nuestros pueblos, tan próximos a esta realidad: «La carga –recuerda don Fabián- tenía doce heminas; eran dos buenos sacos llenos de grano. La hemina tenía cuatro celemines y el celemín cuatro cuartillos. La fanega tenía tres heminas. Pero estas medidas, lo mismo cuando eran de grano que de tierra de sembradura, variaban de una región a otra, de secano o de regadío, etc.».
Don Pedro Fernández García (1596-1626) aporta datos muy curiosos. De él recibimos descripción de tres frontales de guadamecí «viejos». El dato es importante porque en 1631 leemos: «S. I. se compre un frontal de guadamecí, el cual se ponga para decir misa entre año; que el que al presente tiene la dicha iglesia se ponga en un marco tirante de madera, para que con limpieza y aseo se guarde para los días festivos». Don Fabián Castaño piensa que se trata del guadamecí que actualmente se conserva en el altar, una pieza admirable.
Curiosas son también las referencias al tiempo del que han disfrutado en 1608, en Quintanilla, escritas por don Hernando de Cifuentes, muerto en 1630. En Quintanilla empieza el libro de Fábrica que se conserva, en 1608, «cuarenta y cinco años más tarde que aquí».
«Este año fue bisiesto; vino la cigüeña a este lugar a dieciocho de enero. Hubo mucha caza de lavancos y algunos jabalíes... y menos dinero. Hubo dos cometas en el aire, algunos días, quema de Modino y otros lugares cercanos (...). Hubo muchas calenturas, no llovió en mayo, junio, julio y agosto hasta nueve de septiembre, si no fue con algunas nubes de fuego».
El año de 1609 presenta sucesos semejantes: «Este año vino la cigüeña el once de febrero, que fue un domingo y este día hubo una gran creciente cual muchos años no se había visto en esta tierra, de suerte que llevó muchos puentes y mudó muchos puertos. Hubo grandísimos aires, tales que los que son nacidos no se acuerdan verlos mayores... etc. Este año se apedreó este lugar y Palacios y casi los más lugares desde aquí a Benavente».
Muy interesante resulta la alusión a la revolución de los moriscos: «Hubo la revolución de los moriscos y fue entendida su traición como más largamente los cronistas de su Majestad tienen suscrito».
El año de 1614, a 21 de octubre hubo una gran creciente que llegó el agua del río al terrado del molino del prado del fresno. Todos los sotos eran río. Acabáronse los conejos del soto de Villapadierna y Carvajal. Venía el río hasta las viñas de la hoja de arriba.» (p. 24)
Cuidado de los objetos religiosos
Llama la atención el exquisito cuidado e interés por los objetos religiosos. En 1688, en tiempos de don Pedro de Herrera «se adquirieron el viril y la custodia que se habían mandado adquirir antes (...). Mas da por descargo 671 reales que tuvo de costo el viril». En visita de 1691 se manda «que se haga una custodia para el sagrario y todo lo demás a vista del cura que es o fuere, y que luego y sin dilación alguna se haga la custodia para el Santísimo, y que sea de todo primor, dorada por la parte de dentro y estofada por fuera y que sea la primera obra antes de pasar a otra cosa...». El cuidado por la limpieza de los objetos artísticos llega a ser ejemplar: Y mandó se componga el sagrario poniendo una tabla por dentro. Y por haber hallado dentro del sagrario pajas y polvo con algunas telarañas le amonesta a que de aquí adelante atienda a todo lo del culto divino y lo trate con la decencia y veneración que debe, y esperando su enmienda y usando con él de benignidad, le condena en tres mil maravedíes para los pobres».
Llamará sin duda la atención en estos tiempos el término velados, necesitado tal vez de una mínima explicación: «Había un momento en la misa de la boda en que se ponía a los esposos un velo; a la esposa por encima de la cabeza y al esposo por encima de los hombros y en ese momento se pedía a Dios una bendición especial para la esposa.
Tanta importancia se daba a esta bendición -sigue explicando don Fabián Castaño- que en tiempo de Adviento y Cuaresma no se podía recibir y tenían que ir después a recibirla. Si la esposa se casaba otra vez ya no recibía esta bendición». La imaginación popular denominaba de forma humorística esta ceremonia «echarles el yugo» y «a más de una pareja les echaron el yugo de verdad y les ataron a un carro». El tono humorístico tenía otras manifestaciones, jugando por ejemplo con la expresión de «compañera te doy y no sierva», que, en los banquetes se convertía en «Compañera te doy y no sierva; cuando no quiera paja, le das hierba».
Un dato muy interesante es la construcción del retablo actual, que se lleva a cabo en tiempos de don Francisco Morán (1715-1773). El coste total ascendió a 6.424 reales, aunque incluyendo el dorado, 2.320 reales, su coste ascendería a 9.723 reales.
Como dato curioso se indica la abundante parentela con la que don Francisco Morán se presentó en el pueblo, lo que explica la gran cantidad de descendientes y el hecho de que «la inmensa mayoría de los naturales de Cubillas –escribe don Fabián Castaño- descendéis de las familias de los sacerdotes, porque casi todos aquí casaron a sus hermanas y sobrinas» (p.49).
Más llamativa resulta la gran hacienda que tiene el cura don Francisco Morán, reseñada en algún libro publicado en Valladolid. Baste un detalle orientador de lo dicho. Sólo en ganado «tiene en su casa cuatro bueyes, un novillo, un jato, cinco vacas, dos yeguas, una jumenta, dos cerdos, cien carneros, cincuenta ovejas, cuarenta corderos, dieciocho cabras, diecisiete castrones, diez cabritos y seis pies de colmena».
Un cura singular
Nos hallamos ante uno de los sacerdotes más pintorescos del clero rural leonés. Los cincuenta y un años pasados como Cura de Cubillas de Rueda (1858-1909) resultan llamativos también. Las diecisiete páginas que don Fabián Castaño le dedica son el mejor aval.
Partiendo del hecho de que era un sacerdote muy virtuoso, don Fabián Castaño cree que se trata de una persona de «un ingenio especial pero que no fue cultivado por una formación adecuada». A ello se unía la pasión por sus feligreses, lo que le hacía considerar que «todo lo que ellos eran y hacían le resultaba grande y trascendental». Todo tipo de ceremonia religiosa «era para él un acontecimiento importante, y lo mismo lo redactaba con frases rimbombantes que añadía en la partida todos los comentarios pueblerinos que la gente hacía o podía hacer».
Esta peculiaridad de don Gregorio Ferreras (escoger el nombre del día reflejado en el calendario, extraído a buen seguro del Martirologio) es el atributo que sirve para recordarlo de forma especial por la comarca de Rueda. Pero su originalidad expresiva se manifiesta igualmente en la localización cronológica de los nacimientos, curiosas perífrasis expresivas, no exentas de gracia y humor: «al salir el sol», «muy temprano», «a las voladas del sol», «al primer canto del gallo», «por la mañana, ya alto el sol». Algunos casos resultan de ingeniosa concepción lingüística: «Un niño que nació el primer día de la semana actual y último del año anterior durante la misa popular que celebré a San Silvestre».
No faltan los juegos de palabras: «por la tarde ya tarde de tarde...», «en la noche de ayer a hoy», «cuando salieron las tres marías». Ni falta el calificativo preciso y gráfico de la condición o profesión de los padres: «labradores de una medianía pobre», «de oficio zapatero aplicado», «labradores aplicados, ingeniosos y morigerados», «ejercen el oficio de labradores para mantenerse con el sudor de su rostro...».
Cultivó también la escritura gráfica, próxima a los caligramas, como ocurre con la partida de nacimiento de Metrodora Nemesiana, texto cuyas líneas empiezan todas ellas con «la» y finalizan con «de».
Onomástica irrepetible
De la rareza de los nombres da información detallada don Fabián Castaño, cuyas líneas se transcriben a continuación:
«Al niño le puse por nombre Prievado-Dadas-Leopardo (...) Púsela por nombre Clarencia-Lucidia-Herminia, nombre de tres esclarecidos obispos que celebra en estos días la Iglesia».
Pero hay que reconocer la verdad; no los podía escoger más enrevesados: Zenón-Audaz, Encrátida, Teopista-Sabacia, Melitina-Eutropia, Etelvolta-Calimeria, Rixa-Papiniana, Uldaria-Nanfraniona, Cereal—Mandales, Rachanacario-Arisdages, Onesífora-Menedema, Onesíforo-Optancio, Clodulfa-Pelagia...
Y sobre todo cuando empezó a poner tres: Plutarco-Heracles-Anecto; Maruta-Melesio-Dalmay; Polixena-Asteria-Grata; Rasifo-Trofinio-Liborio; Aítalas-Apeles-Epipodio.
Y más aún cuando empezó a poner cuatro, a veces con la misma letra inicial: Pármenas-Parmenio-Parnulfo-Pascual; Octavia-Octaviana-Octavila-Pancracia; Remedio-Camerino-Bonoso-Primo. Y el mejor de todos: Udebolta-Udalgarda-Udulia-Ubalda.
Y aún podemos decir que donde echaba el resto era al poner el nombre de los mellizos: Buenhijo-Vocardo y Diomedes-Buenayunta puso a unos (eran hermanos de la señora Sibilina) y a otros Antígono-Macario-Besar y Euno-Púpulo-Besarión. Tuvo más suerte el Sr. Vitorino, a quien don Gregorio había puesto Victorico-Pretextato y el Sr Obispo al confirmarle le cambió en Victorino».
La afición de don Gregorio Ferreras es sin duda fuente de curiosos resultados onomásticos, que la gente probablemente sufriera. «Pero en el año 1864 –leemos en la obra de don Fabían Castaño-, cuando llevaba aquí seis años, le mandó el Sr. Obispo en la visita respecto a este punto que exprese la hora de nacimiento y que no se permita calificación alguna respecto a las circunstancias de sus padres, sino que procure acomodarse al modelo publicado en el Boletín del Clero...».
Parece que el cura de Cubillas respetó la orientación del Sr. Obispo, pero «poco a poco, volvió a las andadas». Sabemos que en 1899, ya viejo, se lo recordó nuevamente el Sr. Obispo con delicadeza: «Hallando las partidas poco conformes al modelo de las Constituciones Sinodiales».
Podríamos espigar otros aspectos de la labor religiosa de don Gregorio Ferreras, pero el espacio impone su ley. Hay que decir, sin embargo, que el sacerdote mostró siempre un celo religioso ejemplar y una entrega absoluta a sus feligreses. Y eso es lo que debe quedar de su recuerdo.
Primer autor de una Pastorada leonesa
El epígrafe anterior exige unas observaciones previas. La primera tiene que ver con la denominación popular de pastorada, que en Cubillas de Rueda se denomina libro de villancicos.
La segunda observación tiene que ver con este fenómeno literario tan leonés, y sobre todo en esta zona. Quien esto escribe dará pronto a conocer varias versiones de pastoradas («libros de villancicos») y autos de reyes de Cubillas de Rueda. A la gran calidad de los textos, muy diferentes a todas las pastoradas y autos conocidos, hay que añadir dos datos más: son los textos de pastoradas más antiguos de los conocidos hasta el momento en León y presentan autoría concreta: Lorenzo del Reguero y Reyero, natural de Cubillas de Rueda. Otra cosa es lo que supone el término «autoría».
Las obras se conservan en dos bellos cuadernos manuscritos, el primero de ellos (obra de Lorenzo del Reguero y Reyero, de amplia extensión) y el segundo, de cincuenta páginas, «de la mano de Gregorio de Ferreras».
La versión de Gregorio de Ferreras es, como dirían los expertos, una pastorada facticia, elaborada fundiendo y mezclando obras anteriores, en este caso las distintas versiones de Lorenzo del Reguero. Aun admitiendo el manejo de esas fuentes anteriores, hay que señalar una novedad: Gregorio de Ferreras maneja además otra fuente, desconocida para nosotros hasta el momento. Lo prueba el hecho de que aparezcan escenas inexistentes en la obra de Lorenzo del Reguero, como son la muerte de los inocentes a mano de Herodes y la de «los ofrecimientos», escena muy bella, presente casi siempre en las pastoradas leonesas, pero no en la de Lorenzo del Reguero.
Esta actividad literaria de Gregorio de Ferreras complementa de forma admirable su popularidad, mostrando cómo su inquietud iba mucho más allá de ese afán por aplicar de forma contundente las riquezas del martirologio. Esa afición que muchos vecinos de Cubillas de Rueda lamentarían cuando tuvieran que presentarse dando su nombre de pila.