Es Sofío hombre sabio en el sutil y complejo mundo de los ovinos, conocía las suyas una por una, su ojo experto siempre descubría a la borrega metida entre el rebaño del vecino y emparejaba a cada cordero con su progenitora sin dudar un solo instante el parentesco. Pero Sofío no sólo ejerció el venerable, semítico oficio de pastor durante cinco décadas en las extensas rastrojeras y desmontes que rodean Villamarco, sino que también lo fue por casi el mismo lapso de tiempo en la ficción, encarnando al personaje de Juan Lorenzo en ese tan típico teatro navideño y leonés que es la pastorada, y que la pasada Nochebuena recuperó este pueblo de las Matas tras veinte años sin ser representada.
Octavo de diez hermanos, el padre era pastor con pequeña grey de en torno a la quincena de cabezas y unas 200 en total que guardaba del resto de habitantes de Villamarco. Sofío acudía a una escuela en la que entonces se apiñaban más de un centenar de escolines a las órdenes de aquel maestro llamado don Inocencio «que fue el que nos enderechó un poco», atestigua este paisano de mirada aguzada y enorme corazón que marchaba corriendo después de clase a ayudar al padre y que con doce años apenas cumplidos ya se bastaba él solo para andar con el ganado.
Aunque en la década de los sesenta participó de la gran renovación ferroviaria de la comarca por la que se cambiaron las traviesas de madera por otras de hormigón, algo que «salvó muchos estómagos», su vida fue siempre las ovejas y su circunstancia, ayudado, eso sí, por buenos careas (el último, uno muy fiel, de nombre Ganador). Hábil esquilador a tijera —hasta que un cura le trajo la primera máquina del extranjero—, certero matachín, junto a su mujer Ángeles llegaba a ordeñar hasta 250 animales. Era tanta su pulcritud que cuando llegaron los veterinarios que inspeccionaban la zona cuando aquello de las fiebres de malta declararon: «Jamás vimos cuadra tan limpia como ésta».
La primera vez que asistió a la pastorada navideña tenía seis años, y además la costumbre era ensayar en la cocina de su casa mientras él lo admiraba todo boquiabierto. En 1960 debutó como Juan Lorenzo y desde entonces ostentaría siempre un papel que se sabe de corrido. La pastorada de Villamarco, que aquí llaman la cordera, es toda ella cantada y antaño la interpretaban sólo los hombres «salvando dos zagalas», como bien explica Sofío. Y cuenta cómo era siempre un ganadero local el que ofrecía una de sus borreguinas a la Virgen, en cuanto agradecimiento por haber superado una enfermedad o similar... y que iba a parar a manos del cura del pueblo, claro. Sofío es muy puntilloso con los ensayos y ya ha levantado la cacha en más de una ocasión exigiendo memoria y formalidad. Y quiere nuestro pastor que continúe la tradición aunque para eso es necesario entusiasmo y querencia por parte de la gente joven. A él, entusiasmo no le falta —de él partió en gran parte el empuje para recuperar la pastorada— y en su añadida calidad de buen artesano (preparaba pieles, hacía collares para las cencerras, badajos de cuerno...) fabricó los zurrones para zagalines y pastores de la función. «¡Es muy guapo esto de la cordera, hombre!».
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