Estación de Villamarco

En el año 1911 hicieron la estación de la RENFE de Villamarco de las Matas y,la tiraron en 5 de mayo de 1992.

Estación de Villamarco de las Matas(Leon) 15013
Km-88,200
Linea de Palencia a La Coruña Situación GPS: 42° 27' 59.13" N, 5° 17' 48.29" O
Tenia edificio de Viajeros y servicios, fueron demolidos,
de lo que fue se consiguio una foto de Internet,
posteriormente se hizo un Refugio, en la Actualidad esta
destrozado y ya ni existe parada en ella.

Altitud de la estación de Villamarco de las Matas: 864,9 métros sobre el nivel del mar mediterraneo

Estación de la RENFE de Villamarco de las Matas

La estación de Villamarco de las Matas se parecía mucha a la estación de Sahagún

Estación de Sahagún

 

A la derecha Billete del train "La unidad" con un coste de 18 pesetas del dia 1 de agosto del año 1971.

León-Villamarco 35 kms

Billete RENFE
Estación de Villamarco (Refugio)

Estación de Villamarco

Estacion

P.K DEPENDENCIA CATEGORÍA OBSERVACIONES ALT.
0/000 PALENCIA ESTACIÓN CON PERSONAL 740,7
5/901 Grijota Apeadero - 750,5
11/220 Villa
umbrales Apeadero - 748,9
13/898 Becerril Apartadero Sin personal 762,5
20/556 Paredes de Nava Apartadero Sin personal 776,7
28/243 Villalumbroso Apeadero - 784,5
34/317 Cisneros Apeadero- - 782,3
46/127 Villada Apartadero Sin personal 794,4
55/512 Grajal Apeadero - 813,1
60/992 Sahagún Estación Con personal 07:00 a 23:00 h.. 829,6
67/712 Calzada del Coto Apeadero - 829,9
74/700 Bercianos del Real Camino Apeadero - -
79/552 El Burgo Ranero Apartadero Sin personal 881,5
88/106 Villamarco Apeadero - 864,9
95/881 Santas Martas Apartadero Sin personal 812,1
105/020 Palanquinos Apeadero - 778,0
109/100 Vega de Infanzones Apeadero - -
113/575 Torneros Apartadero Sin personal 792,0
122/377 LEÓN (X) ESTACIÓN CON PERSONAL 824,2

(X) El P.K. de León se refiere a la estación hoy día fuera de servicio

TIRO A LA ESTACIÓN

Durante las últimas semanas León ha perdido gran parte de su patrimonio ferroviario. Fueron demoliciones a manos de sus mismos propietarios, quienes, durante años, no se preocuparon por resolver un problema que tiene solución

DANIEL GARCÍA MARTÍNEZ | TEXTODANIEL GARCÍA MARTÍNEZ | TEXTO
16/04/2006

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Jacques Anatole France, premio Nobel de Literatura, tenía las cosas muy claras cuando afirmaba con gran lucidez: «No debemos perder nada del pasado, ya que sólo con él se forma el porvenir». Sin embargo, esta máxima acertada y cabal no siempre se aplica: mientras en muchos sitios se preserva, en otros se destruye. En una sociedad pragmática preocupada por la inmediatez y los resultados a corto plazo, los elementos que son considerados carentes de un vínculo útil son repudiados, su mantenimiento se juzga innecesario y, finalmente, son eliminados. Es como si una vez transcurrida la etapa funcional, no debiera quedar en pie ninguna huella de tiempos pretéritos. Hace tiempo la estación de La Granja de San Vicente ardió. Luego desapareció la de Villamarco. En todos los casos existía un denominador común: falta de la atención razonable por parte de Renfe. En pasados días, la castigada fue la estación de La Seca. Dicha estación era un ejemplo del modelo edificatorio elegido por la Compañía de los Caminos de Hierro del Norte de España para el tramo Palencia-León. A esta d
estrucción patrimonial padecida hace escasas semanas se unen otras realizadas en la provincia como las sufridas con las estaciones de Calzada del Coto, Quintana de Raneros o Villamarco. El cómo se llega a esta situación de desidia generalizada es bien sencilla. La evolución técnica del ferrocarril ha sido, a lo largo de los años, un hecho cierto. Realmente el cierre de casi todas las estaciones de León se debe a la automatización, y también a que los servicios son casi inexistentes, pero no es menos cierto que ante estos sucesos debería haber existido una previsión de sus cierres y potenciar otros usos para albergar moradores o nuevas utilidades. Algunas de ellas, a pesar del esfuerzo o voluntariedad de instituciones o particulares, son «regalos envenenados», puesto que Adif (Administración de Infraestructuras Ferroviarias) pretende alquilar estaciones en un lamentable estado de descuido, en el cual pocos se atreven a invertir miles de euros sin garantías, y al final resulta ser la pescadilla que se muerde la cola. Núcleos marginalesLa ausencia de los ferroviarios que las mantenían han llevado a las estaciones a ser núcleos marginales a pesar de su gran atractivo e historia. Durante muchos años estos edificios han sido símbolo de desarrollo y progreso, pero ahora son imagen de olvido y pérdida patrimonial por parte de quien debería ser precisamente su guardián. Ahí reside la mayor paradoja de esta situación. Durante el mes de noviembre, esta empresa estatal pretendió derribar una de las estaciones más representativas de la provincia de León, la de Torre del Bierzo. Dicha estación vivió uno de los accidentes más graves sufridos por aquellos ferrocarriles de vapor, cuando allá por los años cuarenta tres trenes colisionaron dentro de un túnel causando la muerte de casi 200 personas. Y, sin embargo, lo que no consiguió el accidente lo pudo lograr el abandono de Adif, que a punto estuvo de cobrarse su estampa. La denuncia y lucha de su alcalde -que se enteró de la noticia por la prensa- logró que el edificio siguiera vivo. Ahora se espera y se desea su rehabilitación. Inicialmente, las estaciones fueron propiedad de Renfe, pero con la Ley del Sector Ferroviario son ahora propiedad de Adif. Este organismo público recién nacido se estrena en León con muchas más sombras que luces. El símbolo de la estación de la capital leonesa, iluminada, pintada y mantenida, se transforma en negligencia, abandono y derribos en lo que a estaciones rurales se refiere. Cada una de las estaciones portan multitud de historias, son edificios civiles que han servido de puerta de llegada y salida para ciudades y pueblos. Han sido notarios de cambios sociales, actuando como acompañantes de las gentes que en el siglo XIX abandonaron los carruajes y diligencias por el progreso de los caminos de hierro. De los orígenes del vapor a la hegemonía del AVE, hay mucha historia y dignidad por conservar. El caso de La Seca era especial: lo curioso de esta estación es que nunca se llegó a edificar en su destino original, ya que los planos pertenecían probablemente a El Burgo Ranero -la cual conserva hoy en día el edificio original de 1863, con alguna reforma-, por eso su dimensionamiento sorprendía. Su estructura era de piedra labrada silícea y su edad rozaba los 100 años. Cumpleaños ya imposible de celebrar. La historia de la estación de Torre es por todos conocida, pero otras, más anónimas y carentes de anecdotario, representan un símbolo de aquellos pueblos por los que el tren atraviesa para comunicar gentes y favorecer el crecimiento de las economías. Otros edificios son de ladrillo macizo visto, como es el caso de Porqueros, que conserva aún un imponente entorno con los antiguos depósitos de agua para las locomotoras de vapor. Por su parte, Calzada del Coto, ya demolida también, resultaba ser el clásico edificio de la línea de Palencia a León, cuyas cuatro fachadas fueron construidas con piedra labrada, de dimensiones grandes, donde varias familias vivían y trabajaban en aquellos ferrocarriles de vapor. Las estaciones del «lado Castilla», como se conocen entre los ferroviarios, son como fortalezas industriales venidas hoy a menos, algunas de ellas temerosas de la piqueta por su abandono y falta de toma de decisiones posibles. Según nos comentan los Amigos del Ferrocarril, tristes y decepcionados por las noticias, y los viejos de las zonas visitadas, las paredes de estos edificios cobijaban diversos servicios hoy ya perdidos: viviendas, el despacho del jefe de estación, factor de circulación, sala de facturación de equipajes y mercancías, caseta de enclavamientos mecánicos por medio de palancas, vestíbulo, taquillas, sala de calderas¿ Es el caso de Quintana de Raneros, Villamarco, Villasimpliz, Nistal... edificios que han sido borrados del mapa de la riqueza patrimonial ferroviaria de la provincia de León. El panorama al que asistimos parece sacado de un cuadro pintado por Edward Hopper, donde las estaciones de tren aparecen solitarias, desvalidas, abandonadas. Este paisaje tan desolador se nos presenta al llegar a Calzada del Coto; una vez atravesado un camino polvoriento, debes estar muy cerca para descubrir el emplazamiento original de la antigua estación. Cuando se ve un montón de escombros te das cuenta de dónde estás, ya que los únicos elementos que permiten intuir el lugar exacto son dos o tres pares de acacias que delimitan el solar. Como en una excavación arqueológica, entre la tierra aparecen pequeños fragmentos de baldosas que, con algo de imaginación, podrían darnos una idea de la división original del edificio. Donde antes había señales mecánicas, ahora sólo crecen los cardos. Las farolas que ya no iluminarán la espera de nadie se alinean en un andén desintegrado en el que ya no hay maletas, sino hierbajos. Durante los últimos veinte años, la falta de soluciones e inversiones en los edificios ha sido la tónica general, pero en los últimos meses especial virulencia han cobrado los derribos de edificios históricos y singulares del patrimonio ferroviario. Algunos alcaldes, como es el caso del de Cuadros, han reaccionado con contundencia, sensibilizados por el asunto, y preocupados por defender a sus vecinos del maltrato que suponen actitudes unilaterales sobre un patrimonio ya común. La polémica está servida. El Ayuntamiento de Cuadros ha denunciado a la empresa como defensa de los intereses de sus vecinos que se sienten agraviados, puesto que el edificio estaba protegido. Aún así, parece de sentido común que en las localidades donde no existe protección se tomen medidas alternativas a los derribos. Algún vecino indignado suelta con no poca rabia: «¿Que lleva más trabajo otras soluciones? Seguro. ¿Que para que pagamos impuestos a los responsables del bien común? Para que trabajen en pro de ello, no de otros intereses. Esto es una vergüenza, por los pueblos pasa el tren y no paran ni los dos regionales que hay en todo un día.» La lista de desapariciones aumenta rápidamente, pero además de las estaciones, otros edificios o bienes han sido pasto del abandono. Almacenes olvidados, aguadas inservibles... no han resistido el paso del tiempo y la falta de inversiones. Muchas voces, cada día más, argumentan que el ferrocarril no sólo debe ser AVE, lo cual deja en evidencia que las inversiones en el ferrocarril convencional, tan fundamental para la población no urbana, se están viendo en grave retroceso cada día. Las estaciones rurales de hoy se encuentran completamente abandonadas a su suerte. Municipios que tenían en su estación un lugar de viaje con escasos servicios y una zona de paseo, han perdido aquel memorable espectáculo que suponía el tránsito de un tren. Son conjuntos llenos de recuerdos pero vacíos de moradores. Hace años, las viviendas propiedad de Renfe en León se vendieron, y son muchos los que piden que no se realice la misma política de venta de algunas estaciones, como se ha hecho en algún país europeo donde, de no existir en primer lugar iniciativa pública que se interese por el edificio, se vende a particulares con cláusulas que garanticen su tipología, evitando de este modo su perdida. Adif hoy y Renfe antes aplican el cuento del hortelano: ni mantienen ni dejan mantener. Hasta que llega el inevitable y predecible derribo. El problema es que ya no sólo los edificios están degradados, sino también el entorno, que padece el desinterés de la empresa ferroviaria: estaciones como la de Palanquinos están rodeadas de barro y sus instalaciones permanecen sucias. En Veguellina afloran los grafitis desde hace años, hogueras en la sala de espera de Porqueros, falta de luz en la mayoría y andenes bajos que suponen un obstáculo difícil para los ancianos cada vez que quieren subir a un tren. Todo un suma y sigue. Del lustroso ayer al degradado y abandonado hoy hay nada menos que casi 150 años de presencia ferroviaria en la provincia de León. Por ello resulta lamentable el olvido de nuestras estaciones rurales, que para las inversiones del Adif parecen ser un estorbo en el cual no invertir, y donde los fríos números del Ministerio de Fomento no reparan en soluciones aplicables. ¿De quién es la culpa? El resultado de todo esto se traduce en una imagen negativa para el Adif: las propias manos de la empresa protectora se tornan en verdugo. Y la historia posterior es la de siempre, ya que la gente se pregunta cuál será el destino del botín, consistente en cotizada piedra labrada. «¿A dónde irá a parar todo el material desechado?», se pregunta un vecino de Cascantes. «Ya sería paradójico que hoy las piedras de las estaciones fueran reutilizadas como las columnas romanas lo fueron en la Edad Media». Alegar que toxicómanos o vagabundos son la causa de su demolición -tal y como asegura Adif-, deja entrever que sólo hay descuido diario y que permitir que alguien entre en un edificio es argumento poco contrastable para justificar su derribo. Por lo tanto, no sólo no es de extrañar la lucha planteada por algunos ayuntamientos como el de Cuadros o Torre, sino que se presentan como referente a tener en cuenta por aquellos municipios en cuyo pueblo exista, aún, una vieja y querida estación de ferrocarril. Pero arrepentimientos futuros no son válidos, sobre todo en una provincia cuyos paisanos acostumbran a lamentarse una vez que los sucesos ya no tienen vuelta atrás. Las estaciones son algo más que sitios de parada y paso; son verdaderas señas de identidad de las zonas a las que pertenecen, puntos de referencia de parajes, estructuras arquitectónicas entrañables que han sido testigos destacados de nuestra historia reciente. Ahora, con sus derribos, son sólo lugares anónimos emplazados en solares descorazonadores, faltos de su componente diferenciador más importante. Hoy ocurre en Villasimpliz, Cuadros, La Seca... si no se pone remedio, mañana les tocará el turno a otros.